Para acometer este último trabajo el maestro le aconseja a
Hércules que previamente invoque la ayuda de Helios. Después de meditar siete
días, Hércules obtuvo un cáliz de oro brillante, gracias al cual pudo atravesar
las aguas y alcanzar la isla dónde se hallaba la manada de bueyes sagrados que debía
de rescatar.
La figura de Helios alude a nuestro Ángel Solar, nuestra Alma o nuestro Yo Superior.
El cáliz simboliza la personalidad humana: el plano físico
es la base de la copa, el plano emocional es el soporte y el continente de la
copa el plano mental. Habitualmente vivimos identificados con una o varias
partes de este cáliz.
La humanidad, a través del silencio, de la meditación en el
aquí y ahora o plena atención irá poco a poco desindentificándose de cada una
de las partes del cáliz e irá desarrollando una conciencia de integridad que permita
al hombre del cuarto reino identificarse con su verdadera naturaleza. Sucederá
como de forma análoga acontece simbólicamente en los rituales cristianos: la
oblea dorada del Alma irá descendiendo poco a poco en el Cáliz, tornándolo así
sagrado.
Es decir, que en la medida que somos y tomamos conciencia de
nuestra cuádruple naturaleza inferior, no nos identificamos con ella porque
nuestra identidad se traslada a nuestra naturaleza superior. De esta forma, hacemos
descender el Alma, tomando las riendas de nuestra personalidad, volviéndose así
sagrada y brillante como el cáliz del mito.
Todos los grandes iniciados de la humanidad como Krishna,
Buda o Cristo nos mostraron este arquetipo de revelación de sus cálices. Este
arquetipo muestra al hombre del cuarto reino la misión de redimir la substancia
que compone sus cuerpos, introducir el Verbo o Alma en el cáliz de la personalidad.
El mito de Hércules también nos recuerda que cuando la
humanidad precisa ayuda, aparece un avatar con la misión definida de colaborar
en ese trabajo de redención.
Cuando leemos que dentro de la segura protección del cáliz de
oro, Hércules navegó a través de agitados mares hasta llegar a Eritia, el mito
se refiere que el Avatar, el Salvador, desde su conciencia en planos superiores
no se ve afectado por el Kurukshetra del plano astral en el que se encuentra sumergido
actualmente el hombre del cuarto reino.
En Eritia, la manada de bueyes estaba gobernada por Gerión,
monstruo de tres cuerpos, y cuidada por un pastor, Euritión, y por Ortro, un perro
de dos cabezas.
Hércules tiene la misión de ayudar en el trabajo de
redención de la humanidad, representada por la manada de bueyes. Para ello, en
primer lugar, la humanidad ha de librarse, ha de dejar de guiarse por sus instintos
básicos, los vitales y emocionales, representados por Ortro, el perro de dos
cabezas. Hércules subyuga a Ortro y, posteriormente, Euritión, la mente
inferior, se rinde ante la presencia del Yo Superior (Hércules), porque su
misión en este momento de evolución de la raza no es el de desaparecer sino la
de servir o vehicular el cometido de su contraparte superior.
A la humanidad aún le resta integrar su naturaleza física,
astral y mental para verse liberada de la reclusión que le imponen estos cuerpos:
Hércules vence a Gerión mediante una flecha de fuego que le atraviesa sus tres
cuerpos. Cuando el discípulo logra integrar sus tres cuerpos, el fuego de
kundalini asciende como una flecha de fuego. Kundalini sólo puede ascender
cuando el receptáculo está preparado.
Otra versión de este pasaje del mito lo encontramos en la
transfiguración de Cristo en el monte Tabor, cuando encuentra a sus tres
discípulos dormidos a semejanza de los tres cuerpos de Gerión. Como
consecuencia del ascenso de kundalini, el fuego asciende destruyendo los
cuerpos inferiores. La forma que genera resistencia a la vida es necesaria
destruirla para dar lugar a una forma superior.
Posteriormente, el mito nos relata las pruebas y
dificultades del regreso a la ciudad santa con la manada de bueyes. Estos
trances nos ilustran el camino aún restante en el tránsito del hombre hacia el
5º reino.
Es decir, que aún a pesar de que hayamos conseguido lograr
cierta integración de nuestra naturaleza inferior, es de esperar que en
incontables ocasiones nos desviemos y extraviemos del camino de la Verdad y la
Vida, y que nos veamos obligados a retroceder sobre nuestros pasos para
reemprender de nuevo y acertadamente el camino.
Asimismo estas pruebas se refieren a que en el camino de
regreso, el discípulo ha de afrontar las fricciones del karma colectivo, porque
el discípulo constituye también una parte de ese karma, y así debe participar
activamente en su extinción.
Betania
Betania
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