domingo, 29 de marzo de 2015

Aries



El plenilunio de Aries está consagrado a Cristo, al Cristo resucitado, y por ello se le conoce como la Festividad de la Resurrección.
La resurrección es la liberación del espíritu del condicionamiento de la materia, en el sentido del avance progresivo del espíritu. La resurrección de la carne no es más que la liberación del espíritu contenido en la carne o sustacia material. Resurrección es empeño y trabajo.
Resurrección supone un cambio mental de abandono de actitudes separatistas en pro de la búsqueda de todo aquello que nos une. Resurrección es una línea ascendente que triunfa sobre el determinismo de los elementos y que se sutiliza poco a poco hasta llegar al punto en el que tan sólo existe espíritu.
Resurrección es la regeneración en nosotros mismos de nuestra fuente de vida, abandonando la crucifixión que nos impone nuestra personalidad. 
Resurrección es la redención de nuestra conciencia, es la redención psicológica que nos permita resurgir triunfantes de nuestra propia cruz, que es nuestro destino y karma.
Sería interesante darnos cuenta que en cada pascua seguimos crucificando al Cristo en la cruz porque seguimos atados a la inconsciencia de la tradición y de los hábitos. Seguimos ejecutando en la cruz toda nuestra esperanza y amor.
También, el sonido de resurrección pronuncia el OM sagrado invocando a nuestra naturaleza superior, renuncia al sonido AUM propio de nuestro cuerpo mental, nuestro cuerpo emocional y nuestro cuerpo físico.
Resurrección es el sendero de retorno a casa que emprendemos gracias a nuestro trabajo de reorientar las fuerzas que corren hacia la satisfacción de nuestro yo inferior en pos de actos de sacrificio y servicio grupal, favoreciendo el Plan y Propósito divinos.
En nuestro flujo evolutivo fuimos resucitando a través de los tres reinos inferiores: mineral, vegetal y animal. Ahora tenemos el reto de avanzar hacia el 5º reino para el que debemos de morir a la forma si deseamos vernos resucitados en nuestra Alma.
El inicio de la resurrección comienza, como Hércules, con el dominio de nuestro mundo mental que nos tiene cautivos a través de expresiones como el orgullo, la vanidad, el egoísmo y la separatividad. Este dominio mental se consigue únicamente gracias a la perseverancia y expandiéndonos con cada pequeño avance, con cada pequeña victoria que consigamos. Aunque como Hércules, muchas veces nos dejaremos guiar por los viejos hábitos y tendremos que volver sobre nuestros pasos para rehacer correctamente la tarea.

Cada año, cuando el sol entra en Aries, recibimos la influencia del 1º y del 7º rayo.
El primer rayo supone la voluntad de iniciar, sus energías ayudan en el proceso de resurrección destruyendo las formas de pensamiento que suponen un obstáculo para nuestro progreso espiritual.
El séptimo rayo supone la voluntad de expresar. Se complementa perfectamente con el primer rayo, porque si el primero destruye los obstáculos, el séptimo favorece el servicio grupal, el orden y el ritmo, es decir, la expansión y la liberación del hombre.
En el plenilunio de Aries podemos emplear el influjo de estas energías para dar cobijo al nacimiento de nuevas ideas y más universales.

domingo, 15 de marzo de 2015

Significado del trabajo en Piscis



Para acometer este último trabajo el maestro le aconseja a Hércules que previamente invoque la ayuda de Helios. Después de meditar siete días, Hércules obtuvo un cáliz de oro brillante, gracias al cual pudo atravesar las aguas y alcanzar la isla dónde se hallaba la manada de bueyes sagrados que debía de rescatar.

La figura de Helios alude a nuestro Ángel Solar, nuestra Alma o nuestro Yo Superior.

El cáliz simboliza la personalidad humana: el plano físico es la base de la copa, el plano emocional es el soporte y el continente de la copa el plano mental. Habitualmente vivimos identificados con una o varias partes de este cáliz.

La humanidad, a través del silencio, de la meditación en el aquí y ahora o plena atención irá poco a poco desindentificándose de cada una de las partes del cáliz e irá desarrollando una conciencia de integridad que permita al hombre del cuarto reino identificarse con su verdadera naturaleza. Sucederá como de forma análoga acontece simbólicamente en los rituales cristianos: la oblea dorada del Alma irá descendiendo poco a poco en el Cáliz, tornándolo así sagrado.

Es decir, que en la medida que somos y tomamos conciencia de nuestra cuádruple naturaleza inferior, no nos identificamos con ella porque nuestra identidad se traslada a nuestra naturaleza superior. De esta forma, hacemos descender el Alma, tomando las riendas de nuestra personalidad, volviéndose así sagrada y brillante como el cáliz del mito.

Todos los grandes iniciados de la humanidad como Krishna, Buda o Cristo nos mostraron este arquetipo de revelación de sus cálices. Este arquetipo muestra al hombre del cuarto reino la misión de redimir la substancia que compone sus cuerpos, introducir el Verbo o Alma en el cáliz de la personalidad.

El mito de Hércules también nos recuerda que cuando la humanidad precisa ayuda, aparece un avatar con la misión definida de colaborar en ese trabajo de redención.

Cuando leemos que dentro de la segura protección del cáliz de oro, Hércules navegó a través de agitados mares hasta llegar a Eritia, el mito se refiere que el Avatar, el Salvador, desde su conciencia en planos superiores no se ve afectado por el Kurukshetra del plano astral en el que se encuentra sumergido actualmente el hombre del cuarto reino.

En Eritia, la manada de bueyes estaba gobernada por Gerión, monstruo de tres cuerpos, y cuidada por un pastor, Euritión, y por Ortro, un perro de dos cabezas.

Hércules tiene la misión de ayudar en el trabajo de redención de la humanidad, representada por la manada de bueyes. Para ello, en primer lugar, la humanidad ha de librarse, ha de dejar de guiarse por sus instintos básicos, los vitales y emocionales, representados por Ortro, el perro de dos cabezas. Hércules subyuga a Ortro y, posteriormente, Euritión, la mente inferior, se rinde ante la presencia del Yo Superior (Hércules), porque su misión en este momento de evolución de la raza no es el de desaparecer sino la de servir o vehicular el cometido de su contraparte superior.

A la humanidad aún le resta integrar su naturaleza física, astral y mental para verse liberada de la reclusión que le imponen estos cuerpos: Hércules vence a Gerión mediante una flecha de fuego que le atraviesa sus tres cuerpos. Cuando el discípulo logra integrar sus tres cuerpos, el fuego de kundalini asciende como una flecha de fuego. Kundalini sólo puede ascender cuando el receptáculo está preparado.

Otra versión de este pasaje del mito lo encontramos en la transfiguración de Cristo en el monte Tabor, cuando encuentra a sus tres discípulos dormidos a semejanza de los tres cuerpos de Gerión. Como consecuencia del ascenso de kundalini, el fuego asciende destruyendo los cuerpos inferiores. La forma que genera resistencia a la vida es necesaria destruirla para dar lugar a una forma superior.

Posteriormente, el mito nos relata las pruebas y dificultades del regreso a la ciudad santa con la manada de bueyes. Estos trances nos ilustran el camino aún restante en el tránsito del hombre hacia el 5º reino.

Es decir, que aún a pesar de que hayamos conseguido lograr cierta integración de nuestra naturaleza inferior, es de esperar que en incontables ocasiones nos desviemos y extraviemos del camino de la Verdad y la Vida, y que nos veamos obligados a retroceder sobre nuestros pasos para reemprender de nuevo y acertadamente el camino.

Asimismo estas pruebas se refieren a que en el camino de regreso, el discípulo ha de afrontar las fricciones del karma colectivo, porque el discípulo constituye también una parte de ese karma, y así debe participar activamente en su extinción.

Betania

sábado, 14 de marzo de 2015

Trabajo 12
Captura de la Roja Manada de Gerión
(Piscis, 20 Febrero - 21 Marzo)

Dentro de la sagrada Cámara del Concilio, el Gran Presidente reveló al Maestro la Voluntad de Lo Que Debe Ser.
"Él está perdido, y encontrado; está muerto, no obstante vibrante de Vida. El servidor se vuelve el salvador, y regresa al hogar".

El Maestro reflexionó; luego requirió a Hércules. "Tú estás ahora delante del último Portal", dijo el Maestro. "Un trabajo resta todavía antes de que el círculo se complete y sea alcanzada la liberación. Marcha hacia ese oscuro lugar llamado Eritia donde la Gran Ilusión está entronizada: donde Gerión, el monstruo de tres cabezas, tres cuerpos y seis manos, es señor y rey. Ilegalmente él retiene una manada de Bueyes rojizos. Desde Eritia hasta nuestra Ciudad Sagrada tú debes conducir esta manada. Cuidado con Euritión, el pastor, y su perro de dos cabezas, Ortro". Hizo una pausa. "Puedo hacerte una advertencia”, agregó lentamente. "Invoca la ayuda de Helios”.

El hijo del hombre que era, también hijo de Dios partió a través del Duodécimo Portal. Iba en busca de Gerión.
Dentro de un templo, Hércules hizo ofrendas a Helios, el dios del fuego en el sol. Meditó durante siete días, y entonces le fue concedido un favor. Un cáliz de oro cayó al suelo ante sus pies. Él supo dentro suyo que este brillante objeto le permitiría cruzar los mares para llegar a la región de Eritia.

Y así fue. Dentro de la segura protección del cáliz de oro, navegó a través de agitados mares hasta que llegó a Eritia. Hércules desembarcó en una playa de ese lejano país.
No mucho después llegó a la pradera donde la rojiza manada pastaba. Era cuidada por el pastor Euritión y por Ortro, el perro de dos cabezas.
Cuando Hércules se aproximó, el perro se adelantó veloz como una flecha hacia su blanco. Sobre el visitante el animal se abalanzó, gruñendo malignamente, dando feroces dentelladas con sus colmillos al descubierto. Con un golpe decisivo Hércules derribó al monstruo.
Entonces Euritión, temeroso del bravo guerrero que estaba delante suyo, le suplicó que le perdonara la vida. Hércules le concedió su ruego. Conduciendo a la manda rojiza delante de él, Hércules volvió su rostro hacia la Ciudad Santa.

No había ido muy lejos cuando percibió una distante nube de polvo que rápidamente se agrandaba. Suponiendo que el monstruo Gerión venía en furiosa persecución, se volvió para enfrentarse al enemigo. Pronto Gerión y Hércules estaban frente a frente. Soplando fuego y llamas por sus tres cabezas a la vez, el monstruo se encontró con él.
Gerión arrojo a Hércules una lanza que casi dio en el blanco. Haciéndose ágilmente a un lado, Hércules esquivó el dardo mortal.
Tendiendo tenso su arco, Hércules disparó una flecha que parecía incendiar el aire cuando la soltó, y golpeó al monstruo de lleno en su costado. Con tan gran ímpetu había sido disparada la flecha, que los tres cuerpos del feroz Gerión fueron atravesados. Con un agudo, desesperante gemido, el monstruo se inclinó, después cayó, para no levantarse nunca más.

Hacia la Ciudad santa, entonces, Hércules condujo al ganado colorado. Difícil fue la tarea. Muchas veces algún buey se extraviaba, y Hércules tenía que dejar a la manda para ir en busca de los errantes vagabundos.
Condujo su manada a través de los Alpes y hacia Italia. Por dondequiera que la injusticia hubiera triunfado, él asestaba un golpe mortal a los poderes del mal, y enderezaba la balanza a favor de la justicia. Cuando Erix el luchador, lo desafió, Hércules lo derribó tan violentamente que allí quedó. Asimismo cuando el gigante Alcione arrojó a Hércules una roca que pesaba una tonelada, éste la detuvo con su clava, y la lanzó de nuevo para matar a aquél que se la había enviado.
A veces se desorientaba, pero siempre Hércules regresaba, desandaba sus pasos, y proseguía su camino. Aunque fatigado por este exigente trabajo, Hércules finalmente regresó. El Maestro esperaba su llegada.
"Bienvenido, Oh, Hijo de Dios quien es también hijo del hombre”, saludó así al guerrero que regresaba, "La joya de la inmortalidad es tuya. Con estos doce trabajos tú has superado lo humano, y ganado lo divino. Has llegado al hogar, para no dejarlo más. En el firmamento estrellado será inscrito tu nombre, un símbolo para los luchadores hijos de los hombres, de su destino inmortal. Terminados los trabajos humanos, tus tareas cósmicas empiezan".

Desde la Cámara del Concilio llegó una voz que decía, "bien hecho, Oh, Hijo de Dios".