En el octavo trabajo, Hércules debe de deshacerse de la Hidra de Lerna, una especie de ancestral serpiente de nueve cabezas que moraba en una lóbrega y oscura cueva de un pantano de tierras y aguas estancadas, pestilentes y absorbentes, cuyo hedor contaminaba toda la atmósfera hasta siete kilómetros de distancia.
La Hidra poseía nueve cabezas mortales y una inmortal. La decapitación de una de las nueve cabezas suponía la resurrección de una doble. La cabeza inmortal era inaccesible hasta la subyugación de las otras nueve mortales.
Antes de partir, el Maestro le dio un único consejo a Hércules:
ASCENDEMOS ARRODILLÁNDONOS; VENCEMOS CEDIENDO;
GANAMOS RENUNCIANDO
Cuando Hércules se aproximó, tuvo que detenerse ante la insoportable pestilencia de la ciénaga. Además, la tierra que pisaba era un peligro porque estaba formada por arenas movedizas.
La hidra no solía salir de su cueva, estaba siempre oculta. Por ese motivo Hércules tuvo que lanzar flechas con fuego dentro de la caverna para así hacerla salir.
La hidra, de varios metros de altura, surgió feroz y lanzando fuego por sus nueve cabezas y removiendo su cola escamosa, salpicando de maloliente cieno a Hércules. Después intentó enroscarse a los pies de Hércules, pero al escabullirse, éste le golpeó con su garrote y segó una de sus cabezas.
Apenas cayó la cabeza al pantano, dos cabezas crecieron en su lugar. De esta forma, con cada golpe de Hércules, la Hidra se tornaba cada vez más fuerte.
Ante la inutilidad de sus acciones Hércules recordó el consejo de su Maestro –nos elevamos arrodillándonos– y abandonando sus armas, hundió sus rodillas en el lodo y alzó con sus brazos a la hidra en el aire.
Expuesta a la luz del Sol y el viento fresco y puro, la hidra se debilitó hasta el punto que sus cabezas cayeron desplomadas. Entonces, de entre ellas, surgió la cabeza inmortal de la hidra, la cual cortó Hércules.
Como la cabeza cercenada aún silbaba con ferocidad, Hércules la enterró debajo de una gran roca.
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La Hidra encarna los egregores generados por los hombres, todas las acciones dirigidas a la satisfacción de sus impulsos inferiores, el producto de una vida guiada por el instinto.
La Hidra, como todo egregor, habita en las zonas sombrías de la inconsciencia del hombre.
Sus nueve cabezas constituyen los problemas u obstáculos que ha de vencer todo discípulo.
Sus nueve cabezas constituyen los problemas u obstáculos que ha de vencer todo discípulo.
Estas nueve pruebas pueden dividirse en tres grupos:
- Pruebas físicas: relacionadas con el sexo, la comodidad y el dinero
- Pruebas emocionales: relacionadas con los miedos, el odio y la ambición
- Pruebas mentales: relacionadas con el orgullo, la separatividad y la crueldad
Una vez superadas las nueve pruebas, los tres planos quedan alineados y emerge la cabeza inmortal de la hidra, la de la personalidad que integra los planos inferiores.
Estas pruebas son los obstáculos que impiden la iluminación del discípulo. Cuando se superen, la Luz del Alma guiará entonces sus pasos. Por ello, Escorpio es un signo de oportunidad a la muerte de la personalidad y al renacimiento espiritual del ser humano.
El discípulo debe trascender el cenagal de su naturaleza inferior, que durante tanto tiempo permaneció dormida, dejada y abandonada inconscientemente al poder magnético e ilusorio de la materia y del deseo. Es el fangal que engulle y diluye en numerosas ocasiones las nobles aspiraciones y la naturaleza divina de la humanidad, del cuarto reino de la naturaleza.
En primer lugar, el discípulo debe de descubrir el origen gravitatorio de sus impulsos, de sus instintos de su deseo y de sus ideas. Debe desarrollar su capacidad de discernimiento, una capacidad que no se logra sino a través de grandes dosis de paciencia, dedicación y voluntad. De esta forma, el mito nos muestra cómo Hércules lanza flechas de fuego para esclarecer la existencia de la hidra.
En segundo lugar, fruto de la progresiva apertura del centro cardíaco del discípulo, debe de emanar el amor necesario para, desde una potente e incluyente humildad, elevar sus adversidades a la Luz del Alma. Así, en el mito, Hércules alza a la hidra en el aire y la expone a la luz del Sol y a la pureza que le rodea.
El discípulo reconoce previamente que las pruebas no pueden superarse en el mismo plano donde tienen lugar, y por ese motivo, debe de enfocarlas siempre desde una dimensión superior. Es por ello que el mito nos muestra que Hércules al seccionar una cabeza, con las mismas armas, surgen dos cabezas en lugar de una: el conflicto así se agrava.
Cuando el discípulo afronta adecuadamente esta prueba, logra someter a su personalidad -yo inferior- a la voluntad de su Yo Superior -el Alma-
No destruye, pues, su personalidad, dado que ésta sigue viva con sus tendencias naturales, tendencias que no puede cambiar ni eliminar, tan sólo orientar.
Por ello, en el mito, Hércules entierra la cabeza inmortal de la hidra -la personalidad- debajo de una roca, que simboliza la voluntad de Alma e incluye a sus otras dos cualidades: Sabiduría y Amor.
Josep Gonzalbo
Referencias:
- Alice Bailey (1974). Los trabajos de Hércules, una interpretación astrológica. Madrid. Editorial Luis Cárcamo.
- José Trigueirinho Netto (2006). Hora de crecer interiormente. El mito de Hércules, hoy. Buenos Aires. Editorial Kier. ISBN: 950-17-0157-3
- Sri K. Parvathi Kumar (1999). Hércules. El Hombre y el Símbolo. Barcelona. Ediciones Dhanishtha. ISBN: 84-88011-40-7
- Francisco-Manuel Nácher. Los doce trabajos de Hércules. Libro digital.