domingo, 7 de septiembre de 2014

Significado del trabajo en Virgo



Los cinco trabajos anteriores (Aries, Tauro, Géminis, Cáncer y Leo) pueden considerarse como la etapa recorrida por el aspirante espiritual. En la andadura por el sendero probatorio, Hércules, el novício, ha sido preparado para el nuevo sendero del discipulado. 

Ahora el discípulo está preparado para la revelación progresiva de su aspecto crístico. La personalidad o la materia van a estar subordinadas a los usos del alma.

El aspecto forma va a ser considerado simplemente como la madre del Cristo Niño, o dicho de otra manera, el discípulo aprecia que toda forma reviste un aspecto divino. Por tanto, a través de la forma, es decir, a través de la Madre podrá alcanzar primero al Hijo y posteriormente al Padre.

Esta nueva andadura se inicia en Virgo, el primero de los signos del discípulo, signo del pesebre, y finalizará en Capricornio, signo del nacimiento de todos los dioses del Sol. A lo largo de esta andadura, Hércules, el discípulo, tendrá que demostrar que puede trascender la ilusión que impone la materia sobre el espíritu.

En este nuevo sendero del discipulado, Hércules fracasa inicialmente en este trabajo de Virgo, de la misma forma que fracasó parcialmente en el primer trabajo del sendero probatorio en Aries, destacando que en ambos casos el trabajo lo desempeñó con sus opuestos polares, mujeres.

También habría que señalar que a Hércules, a diferencia de todos los trabajos anteriores, en Virgo no se le indica expresamente la naturaleza de su tarea. Anteriormente, las pruebas consistieron en capturar, dominar, atrapar, capturar y matar. Estos trabajos le furon indicados explícitamente.

En Virgo se espera que el discípulo intuya la naturaleza de la prueba antes que superarla. Hércules no se deja guiar por su aspecto superior y por ello fracasa.


El desenlace del mito puede analizarse desde diferentes ópticas.

Hipólita, la reina de las amazonas debía de entregar a Hércules el cinturón sagrado, símbolo de de la unión y el amor. En principio, como toda entrega incondicional, podría asemejar un acto de amor, pero Hipólita, aunque en un principio duda de entregarlo, realmente está dispuesto a entregarlo sólo por obediencia, por una decisión mental que no procede del corazón. Su posterior muerte a manos de 
Hércules viene a representar que el amor vivido como complemento de la personalidad, fruto del deseo o de la necesidad, es transitorio y que, por el contrario, sólo el amor que es vivido interiormente como una unión con el Todo es imperecedero.

Se nos dice en el mito que la comunidad de mujeres guerreras visitaban una vez al año al poblado de los hombres para ser fecundadas. Ésta es también una relación utilitaria, carente de verdadero amor y por ello, tras la muerte de la reina, son abocadas a la pérdida y el abandono. Cuántas veces vemos vínculos fruto únicamente del deseo y de la necesidad que derivan poco a poco en vidas de soledad y sufrimiento.

Por otra parte, Hércules afronta la prueba provisto únicamente de su instinto, sin escuchar, sin atender a quién le está próximo y querido, con total inconsciencia de sí mismo y, de esta manera, sacrifica a aquella que le ofrece lo que está buscando. Habitualmente comprobamos que la resolución de las circunstancias personales desde los nuestros centros inferiores no únicamente no las diluyen, sino que por el contrario las complican y agrandan.  La mera preparación mental y las grandes dosis de aspiración espiritual con las que habitualmente afrontamos nuestras pruebas son absolutamente insuficientes para hollar el camino. Si nuestros pasos no se originan desde la revelación progresiva de nuestro corazón no avanzaremos un milímetro.

En el mito, Hipólita simboliza la polaridad femenina, la madre, la hermana, la esposa o compañera y la hija. Desde la inconsciencia, Hércules no comprende que el cinturón, es decir, la unión o el amor, no puede conquistarse o arrebatarse. Tan sólo integrando su polaridad opuesta, la femenina, hubiera conseguido y superado adecuadamente la prueba. Todo discípulo ha de superar los antagonismos de sus planos inferiores, dado que éstos tan sólo conducen a la separatividad y al desamor, como experimentan los actores del mito.

De nada sirve el repetirnos una y otra vez que debemos amar, o el autoengañarnos constantemente en afirmaciones de carácter mental como “amo a tal, amo a cual, etc”. El amor al que nos referimos sólo tiene lugar si previamente experimentamos en nosotros mismos la unidad con todos y con todo. Entonces el amor no requiere afirmarlo ni invocarlo, fluye por sí mismo, sin proponernoslo. Si sentimos que el “otro” no es otro que nosotros mismos, no tenemos ninguna necesidad de proponernos amarlo porque… ya lo estamos amando¡

Este sexto trabajo es, hasta ahora, la apuesta más explícita por el Agni Yoga o Yoga de Síntesis, de cómo únicamente el camino a través de la integración de los pares de opuestos conduce a la Verdad en la Vida.

Por otro lado, también es importante resaltar que el mito nos recuerda que muchas veces nos adherimos con pasión a causas y motivaciones externas y que, como Hércules, rechazamos nuestros deberes familiares y responsabilidades sociales negando aquello que no es más próximo y con los que mantenemos kármicamente más estrechos lazos. El verdadero amor exige en todo inclusión y no exclusión.

En la asimilación de nuestras polaridades puede resultarnos útil comprobar que las cualidades negativas de una polaridad pueden superarse mediante el desarrollo de las cualidades positivas de la polaridad contraria:




Por último, el mito cuenta que Hércules después del fracaso compensó el error rescatando a una mujer de una muerte segura. De esta forma redime el quebranto de una vida salvando otra, es decir equilibra una acción incorrecta con su opuesta correcta.
El trabajo en Virgo nos invita acultivar la tolerancia, la compasión y la caridad, virtudes que permitirán que progresivamente seamos más inclusivos y experimentemos el amor de síntesis.

Trabajo6
Apoderándose del cinturón de Hipólita
Virgo (22 agosto - 21 septiembre)



El Gran Presidente llamó hacia él al Maestro que vigilaba a Hércules. 

"El tiempo se acerca”, dijo, "¿Cómo se conduce el hijo del hombre que es un hijo de Dios? ¿Está nuevamente preparado para aventurarse y probar su temple con un adversario de una clase diferente? ¿Puede pasar ahora el sexto Gran Portal?”

Y el Maestro respondió: "”. Él estaba seguro dentro de sí mismo que cuando el mandato saliera, el discípulo procedería a trabajar nuevamente, y esto se lo dijo al Gran Presidente dentro de la Cámara del Concilio del Señor.
Y entonces surgió la orden. 

"Levántate, Oh, Hércules, y pasa el sexto gran Portal".

Otra orden surgió asimismo, aunque no para Hércules, sino para aquéllos que habitaban en las riberas del gran mar. Ellos oyeron y escucharon.

En esas riberas habitaba la gran reina, la cual reinaba sobre todas las mujeres del mundo entonces conocido. Ellas eran sus vasallos y sus osados guerreros. Dentro de su reino no se encontraba un solo hombre. Sólo las mujeres se reunían alrededor de su reina. Dentro del templo de la luna profesaban diariamente su culto y allí hacían sacrificios a Marte, el dios de la guerra.
Ellas venían de regreso de su visita anual a la tierra de los hombres. Dentro de los recintos del templo esperaban la orden de Hipólita, su reina, quien estaba de pie sobre las gradas del altar mayor, llevando el cinturón que le había dado Venus, la reina del amor. Este cinturón era un símbolo, un símbolo de la unidad lograda a través de la lucha, el conflicto, la contienda, un símbolo de la maternidad y del Niño sagrado hacia quien toda vida humana realmente se vuelve.
"Ha llegado la noticia”, dijo ella, "que por su camino viene un guerrero cuyo nombre es Hércules, un hijo de hombre y no obstante un hijo de Dios; a él le debo entregar este cinturón que uso. ¿Obedeceré la orden, Oh, amazonas, o combatiremos la palabra de Dios?”

Y mientras ellas escuchaban sus palabras y mientras reflexionaban acerca del problema, nuevamente surgió una voz, diciendo que él estaba allí, con anticipación, esperando apoderarse del sagrado cinturón de la aguerrida reina.

Delante del hijo de Dios quien era asimismo un hijo de hombre, se presentó Hipólita, la reina guerrera. Él combatió y luchó contra ella y no escuchó las bellas palabras que ella se esforzaba por decir. Él le arrancó el cinturón, ofrecido en obsequio como símbolo de unidad y de amor, de sacrificio y de fe. Aún, apoderándose del cinturón, la mató, matando a quien le daba lo que él quería. 
Y mientras él permanecía al lado de la reina agonizante, horrorizado por lo que había hecho, oyó hablar a su Maestro:

"Hijo mío, ¿por qué matar lo que se necesita, está cercano y es querido? ¿Por qué matar a quien amas, la dadora de dignos obsequios, custodio de lo posible? ¿Por qué matar a la madre del sagrado niño? Otra vez, advertimos un fracaso. Otra vez no has entendido. Redímete ahora mismo, y busca otra vez mi rostro".

Se hizo el silencio y Hércules, llevando el cinturón sobre su pecho, buscó el camino hacia el hogar dejando a las mujeres lamentándose, privadas de dirección y de amor.

* * *

Hércules fue nuevamente hacia las costas del gran mar. Cerca de la costa rocosa vio un monstruo del abismo, sosteniendo entre sus mandíbulas a la pobre Hesione. Sus agudos gritos y quejidos se elevaban al alto cielo y herían los oídos de Hércules, entregado a la pena y no conociendo el sendero que pisaba. Él se lanzó prontamente en su ayuda, pero ya era demasiado tarde. Ella desapareció dentro de la garganta cavernosa de la serpiente marina, ese monstruo de mala fama. Pero olvidándose de sí mismo, este hijo del hombre que era un hijo de Dios, enfrentó resueltamente las olas y alcanzó al monstruo, quien, volviéndose hacia el hombre con rápido ataque y fuerte rugido, abrió su boca. 

Dentro del rojo túnel de su garganta se lanzó Hércules, en busca de Hesione; encontrándola en lo profundo del vientre del monstruo. La tomó con su mano izquierda, y la sostuvo estrechamente, mientras con su fuerte espada abría camino desde el vientre de la serpiente a la luz del día. Y así la rescató, compensando su previo acto de muerte. Pues así es la vida: un acto de muerte, un acto de vida, y de esta manera, los hijos de los hombres, que son los hijos de Dios, aprenden la sabiduría, el equilibrio y la senda para caminar con Dios.

Desde la Cámara del Concilio del Señor, el Gran Presidente era espectador. Y desde su puesto a su lado, el Maestro también contemplaba. Hércules pasó nuevamente a través del sexto Portal, y viendo esto y viendo el cinturón y a la doncella, el Maestro habló y dijo: 

"El sexto trabajo está terminado. Tú mataste lo que te estimaba y todo lo desconocido y lo no reconocido que te daba el necesario amor y poder. Tú rescataste lo que te necesitaba, y así de nuevo los dos son uno. Reflexiona otra vez sobre los caminos de la vida, reflejándose en los caminos de la muerte. Ve y descansa, hijo mío".


El Tibetano