domingo, 23 de diciembre de 2018

Capricornio: : interpretación del trabajo de Hércules

Hércules y el Cancerbero. Francisco de Zurbarán (1598–1664). Museo del Prado (Madrid)
Hércules y el Cancerbero. Francisco de Zurbarán (1598–1664). Museo del Prado (Madrid)
Según nos relata el mito, en el décimo trabajo se le encomendó a Hércules la tarea de rescatar del inframundo o infierno a Prometeo, el cual estaba custodiado por Can Cerbero, un perro guardián que poseía tres cabezas con serpientes enroscadas en sus cuellos.
Prometeo permanecía encadenado a una gran roca y un buitre le devoraba su hígado cada día, dado que al ser inmortal, se le regeneraba una vez devorado.
El descenso al inframundo fue costoso y solitario, aunque cuando se perdió, buscó dentro de sí y fue guiado por la diosa de la sabiduría, Atenea y animado por las palabras fortalecedoras de Hermes.
Cruzó el lago Estigia -el que deben de cruzar las almas de los muertos de camino al Hades- junto al barquero Caronte, el cual olvidó el óbolo o centavo que debía pagársele.
Una vez en el inframundo, se encontró con Medusa, con su cabello entrelazado con serpientes silbantes, y aunque Hércules le lanzó su espada, nada sucedió.
A través de sendas laberínticas llegó a la sala del rey Hades, al cual, Hércules le expuso su propósito de liberar a Prometeo. El rey Hades accedió con la condición de que pudiera vencer a Can Cerbero con sus propias manos desnudas, sin arma alguna.
Ante el temible perro guardián, Hércules se lanzó sobre la cabeza central, estrechándole por su garganta, conteniéndole, hasta el punto de apaciguar la fuerza de la bestia.
Finalmente Hércules rompió las cadenas que aprisionaban a Prometeo y lo liberó. Hércules regresó por el mismo camino de descenso.
***
El encadenamiento de Prometeo simboliza a nuestra alma cautiva del Can Cerbero de nuestra personalidad. Es decir, la humanidad que vive todavía identificada con el mundo material, con el mundo del deseo y con el mundo de las ilusiones, sobrevive con su alma esclavizada de su perro guardián de tres cabezas (sensación, deseo, intenciones) y de sus serpientes enroscadas en la cola (ilusión).
El hombre o la mujer dormidos viven su día a día a través del sufrimiento causado por esta confinación del alma. Viven fundamentalmente a través del mundo emocional que les envuelve y afecta a través de su plexo solar. En el mito se simboliza como el buitre que devora a diario el hígado de Prometeo.
Las causas de este día a día de sufrimiento y de dolor permanecen ocultas para gran parte de la humanidad, permanecen en su inframundo, en aquella zona de la consciencia que todavía no les es visible, a la cual todavía no han accedido.
Pero también existe una parte importante de la humanidad que ha comenzado un proceso de autodescubrimiento, de autoconciencia, de autorrealización, de descenso a su inframundo particular. Es un proceso de interiorización en el cual sólo puede emplearse como guía la luz proveniente de nuestros estados de atención plena momento a momento. Es un proceso que se va logrando progresivamente. En el mito es el acompañamiento de Atenea y Hermes a Hércules en su particular descenso al Hades.
Si nos permitimos guiarnos por ese estado de atención plena, de serena expectación, en este viaje a nuestro más profundo interior, las adversidades kármicas serán pasajeras. Como le sucedió a Hércules cuando Caronte, el barquero del lago Estigia no le exigió el obligatorio pago de la moneda o su fugaz e irrelevante encuentro con Medusa.
La Ley del karma (el rey Hades) impone que las pruebas a las cuales nos somete la vida a diario no podemos nunca superarlas o trascenderlas con las mismas armas de la personalidad.
Por ello, Hércules ha de vencer a Can Cerbero con sus manos desnudas, es decir, desprovisto de todo aquel conocimiento que adquirió desde el principio de su existencia: únicamente con su naturaleza inmortal, con su Yo Superior.
Hércules saltó directamente sobre la cabeza intermedia, la del deseo -la que gobierna al resto de la personalidad- estrechándola por la garganta con su puño hasta dominar y apaciguar a Can Cerbero. En la garganta se ubica el 5º Chakra, el laríngeo – Vishuddha- a través del cual expresamos lo que pensamos, sentimos, vemos y deseamos. A través de este chakra decimos “si” o “no” a las opciones de la vida. A través de él, el hombre inconsciente de sí, expresa descontroladamente todo lo que fluye por su plexo solar. Por ese motivo es el que hay que controlar.
Cualquier expresión del deseo, que surge del plexo solar, será siempre insaciable, será una resolución infructuosa, tanto como devorar el hígado de Prometeo, pues en vano, al día siguiente vuelve a regenerarse.
Capricornio define este camino de liberación como el ascenso de la cabra a lo alto de la montaña. Un ascenso gradual que culmina en la cima de la autoconciencia.
También podemos ver representada esta ascensión en el misterio de Cristo, cuando en el Monte Tabor (la autoconciencia desde el centro coronario o Sahasrara), tiene a sus tres discípulos (forma, emoción y mente) dormidos a sus pies. Cuando el iniciado domina e integra sus vehículos inferiores, la obra de kundalini se realiza y puede abandonar su mundo causal, como Hércules cuando rompe las cadenas para liberar a Prometeo (o Ángel Solar).
La ascensión final marca la despersonalización del discípulo y lo convierte en un servidor del plan divino, se vuelve conscientemente en un Salvador del mundo.
Por ello, a pesar de haber alcanzado la iniciación, la Luz Suprema, como Hércules, vuelve por el sendero de retorno de vuelta para servir al propósito divino.
Por este motivo, la nota clave esotérica de Capricornio es
ESTOY PERDIDO EN LA LUZ SUPREMA, PERO VUELVO MI ESPALDA A LA LUZ
para así servir a la humanidad en Acuario.

Josep Gonzalbo


Referencias:

viernes, 7 de diciembre de 2018

Sagitario: significado del trabajo de Hércules

Hércules mata a las aves del lago Estínfalo. Alberto Durero. 1500.
Hércules mata a las aves del lago Estínfalo. Alberto Durero. 1500.
En el noveno trabajo, bajo el signo de Sagitario,  Hércules debía de ahuyentar a unos pájaros radicados en un pantano y que hacían estragos en la zona. Eran grandes y feroces, con pico de hierro afilado como espadas y plumas como dardos de acero. 
 
Eran tantos, que impedían el paso de la luz del Sol. De todos ellos, habían tres que sobresalían por su tamaño y voracidad.
 
Nada más aproximarse, Hércules fue acechado por estos tres pájaros más ostensibles y defendiéndose con su garrote evitó tan sólo que su ataque fuera a más. Después les lanzó numerosas flechas abatiendo tan sólo a unos pocos, por lo que resultó una solución inútil.
 
Hércules recordó entonces el consejo del Maestro:
 
La llama que brilla más allá de la mente revela la dirección segura
 
Y así, decidió emplear dos címbalos grandes de bronce que emitían un agudo sonido sobrenatural; un sonido tan penetrante y desagradable que podía asustar a los muertos.
 
Para el mismo Hércules el sonido era tan intolerable, que se tuvo que tapar ambos oídos con almohadillas.
 
Al anochecer, cuando la ciénaga estuvo repleta de innumerables pájaros, Hércules, golpeó bruscamente los platillos una y otra vez, provocando un estruendo y un ruido tan estridente que él mismo apenas podía soportarlo.
 
Aturdidos y perturbados por tan monstruoso ruido, las aves de presa se elevaron en el aire y huyeron con frenética prisa para nunca regresar. El silencio se difundió entonces a través del pantano y volvió a apreciarse de nuevo el delicado fulgor del sol poniente en la tierra.
 
Las aves devoradoras de hombres que estaban ocultas en la maleza del pantano simbolizan al conjunto de todos nuestros hábitos y vicios mentales que asolan nuestras vidas o que impiden ver el verdadero trabajo a realizar.
 
Como las aves ocultas, no somos conscientes de la fuerza y del impacto que generan nuestros pensamientos y palabras sobre nuestras vidas y sobre todo los que nos rodea. Se ha dicho ya inumerables veces: “la energía sigue al pensamiento”.
 
La repetición de esos pensamientos y palabras por la humanidad ha generado desde el origen del hombre, allá por la raza Lemur, los llamados egregores. Los egregores son pues, formas psíquicas creadas por la humanidad a través del tiempo.
 
Las aves del mito radicaban en las aguas del pantano, señalándonos que estos egregores pueden tener una naturaleza kama-manásica, es decir que los egregores son una mezcla de deseo y de forma psíquica.
 
Desde el momento que en un grupo de personas enfoca su atención de manera repetitiva hacia un punto determinado está generando un egregor. Los egregores influyen en nosotros a través del campo etérico y están allí como un fruto kármico que poco a poco deberemos ir diluyendo.
 
Por ello, cuando hablemos de karma habremos de recordar que en esencia, nosotros somos los verdaderos creadores de nuestro destino, por cuanto somos los responsables de la repetición inconsciente de formas psíquicas que determinan gran parte de lo que nos acontece a través de los egregores.
 
De esta forma, una acumulación de pensamientos negativos de determinado orden puede ser el origen de determinadas enfermedades pudiendo llegar a afectar a la humanidad en su conjunto.
 
Un egregor no tiene por qué ser fundamentalmente negativo, podemos generar también egregores que sean positivos para el bien de la humanidad, como es el caso de algunos ya creados por los hombres y mujeres de buena voluntad.
 
Pero ya sean buenos o malos, en todo caso estos egregores o formas psíquicas obstruyen nuestra visión de la Luz, como las aves de Estinfale en el mito de Hércules.
 
Los egregores no pueden vencerse con los instrumentos de la personalidad, como le sucede en el mito a Hércules con el garrote, no tenemos posibilidad alguna. Resulta inútil desprenderse de alguno de ellos desde la propia mente como cuando simbólicamente Hércules lanza las flechas a las aves de forma inútil.
 
Tan sólo podemos liberarnos, como afirmaría Krishnamurti, enfocando nuestras vidas desde un plano superior a la mente, y como aconseja el Maestro en el mito “La llama que brilla más allá de la mente revela la dirección segura”.
 
Nos elevamos de la misma forma que nos muestra el símbolo de Sagitario, apuntando a metas indefinidas, como cuando con nuestra personalidad aspiramos sin más unirnos a nuestra naturaleza divina, apuntando hacia una senda de Luz que conduce a lo eterno.
 
La aspiración es la fuerza con que Sagitario lanza la flecha que simboliza el antakarana surgiendo de la mente inferior tras la búsqueda de la mente superior.
 
Es lo que simbolizan los címbalos que hace resonar Hércules. Un platillo representa a la personalidad y el otro a nuestro Yo Superior. Además, ambos platillos están unidos por una cuerda de cuero que simboliza el antakarana.
 
La voluntad del discípulo consigue que al unirse espíritu y forma, libere el sonido en el cuerpo etérico, la chispa que nos orienta hacia la Luz, disgregando así a los elementales de los egregores que condicionan nuestras vidas.
 
Sagitario es conocido como el signo del silencio. La práctica de la atención en nuestra vida cotidiana es el resonar de los címbalos que evitan la generación de los egregores más habituales, como son: la maledicencia o crítica hacia otras personas, nuestras conversaciones egocentradas, la carencia de empatía, la incapacidad de escucha, las actitudes y reacciones automáticas o nuestros comportamientos gregarios.
 
Esta práctica de la atención nos permitirá ahuyentar a los egregores en dos fases: en una primera vislumbramos los egregores inferiores o superiores, individuales o colectivos, positivos o negativos, que nos determinan y, en una segunda fase, desde ese silencio, seleccionaremos la actitud correcta ante la circunstancia dada.
 
A través del trabajo de Hércules en Sagitario comprendemos que para acceder al quinto reino de la naturaleza el díscípulo ha de restringir la palabra y controlar el pensamiento.
 
 
Josep Gonzalbo
 

Referencias:

domingo, 4 de noviembre de 2018

Escorpio: significado del trabajo de Hércules

Gustave Moreau: Hércules y la Hidra de Lerna (1876).
Gustave Moreau: Hércules y la Hidra de Lerna (1876).
En el octavo trabajo, Hércules debe de deshacerse de la Hidra de Lerna, una especie de ancestral serpiente de nueve cabezas que moraba en una lóbrega y oscura cueva de un pantano de tierras y aguas estancadas, pestilentes y absorbentes, cuyo hedor contaminaba toda la atmósfera hasta siete kilómetros de distancia.
La Hidra poseía nueve cabezas mortales y una inmortal. La decapitación de una de las nueve cabezas suponía la resurrección de una doble. La cabeza inmortal era inaccesible hasta la subyugación de las otras nueve mortales.
Antes de partir, el Maestro le dio un único consejo a Hércules:
ASCENDE­MOS ARRODILLÁNDONOS; VENCEMOS CEDIENDO;
GANAMOS RENUNCIANDO
Cuando Hércules se aproximó, tuvo que detenerse ante la insoportable pestilencia de la ciénaga. Además, la tierra que pisaba era un peligro porque estaba formada por arenas movedizas.
La hidra no solía salir de su cueva, estaba siempre oculta. Por ese motivo Hércules tuvo que lanzar flechas con fuego dentro de la caverna para así hacerla salir.
La hidra, de varios metros de altura, surgió feroz y lanzando fuego por sus nueve cabezas y removiendo su cola escamosa, salpicando de maloliente cieno a Hércules. Después intentó enroscarse a los pies de Hércules, pero al escabullirse, éste le golpeó con su garrote y segó una de sus cabezas.
Apenas cayó la cabeza al pantano, dos cabezas crecieron en su lugar. De esta forma, con cada golpe de Hércules, la Hidra se tornaba cada vez más fuerte.
Ante la inutilidad de sus acciones Hércules recordó el consejo de su Maestro –nos elevamos arrodillándonos– y abandonando sus armas, hundió sus rodillas en el lodo y alzó con sus brazos a la hidra en el aire.
Expuesta a la luz del Sol y el viento fresco y puro, la hidra se debilitó hasta el punto que sus cabezas cayeron desplomadas. Entonces, de entre ellas, surgió la cabeza inmortal de la hidra, la cual cortó Hércules.
Como la cabeza cercenada aún silbaba con ferocidad, Hércules la enterró debajo de una gran roca.

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La Hidra encarna los egregores generados por los hombres, todas las acciones dirigidas a la satisfacción de sus impulsos inferiores, el producto de una vida guiada por el instinto.
La Hidra, como todo egregor, habita en las zonas sombrías de la inconsciencia del hombre.
Sus nueve cabezas constituyen los problemas u obstáculos que ha de vencer todo discípulo.
Estas nueve pruebas pueden dividirse en tres grupos:
  • Pruebas físicas: relacionadas con el sexo, la comodidad y el dinero
  • Pruebas emocionales: relacionadas con los miedos, el odio y la ambición
  • Pruebas mentales: relacionadas con el orgullo, la separatividad y la crueldad
Una vez superadas las nueve pruebas, los tres planos quedan alineados y emerge la cabeza inmortal de la hidra, la de la personalidad que integra los planos inferiores.
Estas pruebas son los obstáculos que impiden la iluminación del discípulo. Cuando se superen, la Luz del Alma guiará entonces sus pasos. Por ello, Escorpio es un signo de oportunidad a la muerte de la personalidad y al renacimiento espiritual del ser humano.
El discípulo debe trascender el cenagal de su naturaleza inferior, que durante tanto tiempo permaneció dormida, dejada y abandonada inconscientemente al poder magnético e ilusorio de la materia y del deseo. Es el fangal que engulle y diluye en numerosas ocasiones las nobles aspiraciones y la naturaleza divina de la humanidad, del cuarto reino de la naturaleza.
En primer lugar, el discípulo debe de descubrir el origen gravitatorio de sus impulsos, de sus instintos de su deseo y de sus ideas. Debe desarrollar su capacidad de discernimiento, una capacidad que no se logra sino a través de grandes dosis de paciencia, dedicación y voluntad. De esta forma, el mito nos muestra cómo Hércules lanza flechas de fuego para esclarecer la existencia de la hidra.
En segundo lugar, fruto de la progresiva apertura del centro cardíaco del discípulo, debe de emanar el amor necesario para, desde una potente e incluyente humildad, elevar sus adversidades a la Luz del Alma. Así, en el mito, Hércules alza a la hidra en el aire y la expone a la luz del Sol y a la pureza que le rodea.
El discípulo reconoce previamente que las pruebas no pueden superarse en el mismo plano donde tienen lugar, y por ese motivo, debe de enfocarlas siempre desde una dimensión superior. Es por ello que el mito nos muestra que Hércules al seccionar una cabeza, con las mismas armas, surgen dos cabezas en lugar de una: el conflicto así se agrava.
Cuando el discípulo afronta adecuadamente esta prueba, logra someter a su personalidad -yo inferior- a la voluntad de su Yo Superior -el Alma-
No destruye, pues, su personalidad, dado que ésta sigue viva con sus tendencias naturales, tendencias que no puede cambiar ni eliminar, tan sólo orientar.
Por ello, en el mito, Hércules entierra la cabeza inmortal de la hidra -la personalidad- debajo de una roca, que simboliza la voluntad de Alma e incluye a sus otras dos cualidades: Sabiduría y Amor.
Josep Gonzalbo



Referencias:

domingo, 30 de septiembre de 2018

Libra: significado del trabajo de Hércules

Heracles y el Jabalí de Erimanto, por Francisco de Zurbarán.1634. Museo del Prado.
Heracles y el Jabalí de Erimanto, por Francisco de Zurbarán.1634. Museo del Prado.
En el séptimo trabajo, en el signo de Libra, se le encomienda a Hércules la captura de un jabalí que estaba devastando árboles, cultivos, animales y a la misma población de Erimanto.
 
Nada más iniciar la tarea, Hércules se encuentra con un amigo, el centauro Folo, y olvidando su propósito, celebra el reencuentro con su amigo y con otro centauro, Quirón. Folos invitó a Hércules a abrir un tonel de vino que pertenecía al grupo de centauros y a los dioses, el cual, tan sólo podía abrirse en presencia de todo el grupo. 
 
El jolgorio que arman con su embriaguez advierte al resto de centauros, que al ver la transgresión, entablan todos una severa lucha. Hércules desposeído de sí mismo y por error mata a sus dos amigos centauros.
 
Después del trágico desenlace, Hércules escapó hacia lo alto de las montañas, hasta los límites de la nieve. Allí siguió las huellas del Jabalí pero no lo encontró. Buscó dentro de sí alguna maña sutil para capturarlo. Ingenió una trampa con habilidad, y sabiamente oculta. Entonces esperó en una sombra oscura la llegada del jabalí y esperó toda la noche hasta la llegada del alba. El jabalí cayó en la trampa y Hércules soltó a la bestia salvaje hasta que la amaestró, obligándole a hacer lo que él decía, o incluso a ir por el camino que él deseaba.
 
Desde el alto de la montaña descendió Hércules por la senda que bajaba, con el jabalí domesticado, conduciéndolo por las patas traseras,  cantando y bailando. Todos en la montaña reían al ver la escena.
*  *  *
Hércules no sabía que se encontraba ante una prueba dual. Aunque la captura del Jabalí era el propósito a alcanzar, otra prueba sutil, no advertida, se le presentaría en el trabajo.
 
El discípulo espiritual se centra en ocasiones de forma exclusiva en alcanzar un propósito, sin percibir que el mismo propósito se encuentra en cada huella del camino que apunta hacia esa meta.
 
Asimismo, las intenciones positivas del progreso espiritual del aspirante espiritual o del discípulo, en ocasiones son como espejismos, dado que no siempre se corresponden con sus posibilidades reales de afrontar adecuadamente las oportunidades de la vida. 
 
No obstante, como sabemos, hasta estos baches también forman parte del plan.
 
Como relata el mito, cuando Hércules se encuentra con su amigo Folo, olvida el objeto de su búsqueda. Es decir, ya no es su Yo superior el que guía su camino, su proceder. 
 
De esta forma, Hércules sucumbe al deseo tras la incitación de Folo (que simboliza al cuerpo físico) y a la celebración con Quirón (que representa al kama-manas, al pensamiento unido a la emoción)
 
El vino, desde el punto de vista de la personalidad, es un objeto del deseo que representa el falso elixir de la vida o de la inmortalidad, incluso del falso conocimiento y de la iniciación. En este sentido, el vino aporta una alegría que es fruto de la quimera, y como sucede en el mito, no puede acabar sino en pérdida y sufrimiento.
 
El jabalí simboliza a la personalidad cautiva del deseo, guiada por la pasión de los sentidos y que devasta la vida de los hombres.
 
Al deseo, a esa bestia salvaje, no se le puede domar desde el mismo plano del deseo, como le sucede a Hércules en el relato. Es por ello que, después de la tragedia, Hércules retoma su búsqueda pero, en esta ocasión, ascendiendo a lo alto de las montañas. Una alegoría de la necesaria elevación del aspirante o del discípulo para afrontar adecuadamente sus pruebas kármicas.
El comienzo del ascenso es el cese de la pasión
Con la búsqueda dentro de sí de un ardid para capturar al jabalí, así como su larga y silenciosa espera hasta el advenimiento del alba, el mito nos remite y recuerda claramente que únicamente a través de nuestro Yo Superior, es decir, desde el equilibrio, el silencio y la paz podemos integrar a nuestra personalidad, antesala de la iluminación (el amanecer).
 
Una vez capturado el jabalí de la personalidad, Hércules lo domesticó. Es decir, el objeto de integrar a la personalidad, no es para aniquilarla ni eliminarla, se trata de que la personalidad sea el vehículo de expresión del Alma, de nuestro Yo Superior. Por ese motivo, Hércules adiestró al Jabalí para que le obedeciera.
 
El mito finaliza con la alegría de Hércules descendiendo con el jabalí amaestrado por el sendero que descendía de lo alto y la consiguiente risa de las gentes.
 
A diferencia de la alegría inicial fruto del deseo, esta alegría que procede de nuestro Yo Superior es imperecedera, es armónica y equilibrada, es amablemente contagiosa, pero fundamentalmente es compartida, porque no se obtiene a costa de nadie ni de nada.
 
Es esa alegría natural procedente de nuestro corazón, obtenida del equilibrio del par de opuestos, que a todos abraza, guía e ilumina.


Josep Gonzalbo
Septiembre de 2018


Referencias: